El último Día De La Guerra by Christopher Priest

El último Día De La Guerra by Christopher Priest

autor:Christopher Priest
La lengua: es
Format: mobi
publicado: 2011-01-19T23:00:00+00:00


5

Después vino la noche del 10 de mayo de 1941, la noche en que nuestro avión fue derribado.

Aquello empezó como uno de esos largos atardeceres anteriores a la llegada del verano, cuando la luz parece eternizarse, incluso después de la puesta del sol. Durante el prolongado invierno habíamos ido acostumbrándonos a la idea de que despegaríamos en la oscuridad y de que no volveríamos a ver la luz del sol hasta el día siguiente, cumplida ya la misión, cuando nos levantáramos. Pero ahora estábamos en mayo, y el fin de semana anterior se había implantado el horario de verano.

Despegamos justo cuando el sol estaba sobre el horizonte y, mientras girábamos para ganar altura y poníamos rumbo este hacia el mar del Norte, volamos a la serena luz del atardecer. La atmósfera estaba en calma, libre de turbulencias. Cada vez que iba a la cúpula del navegante para tomar una posición fija podía ver la larga línea del horizonte iluminada por el crepúsculo, quieta a nuestro alrededor.

Ya llevábamos más o menos una hora de vuelo, todavía trepando para llegar a nuestra altura operativa, cuando Ted Burrage gritó en el intercomunicador desde la torreta de proa. – ¡Cazas! ¡Hay cazas alemanes ahí abajo! – ¿Dónde están, Ted? – La voz de J.L. llegó inmediatamente.

Parecía tranquilo-. Todavía no puedo verlos.

–A las doce, aproximadamente, señor. Justo enfrente, bastante lejos.

–No los veo.

–Perdón, es uno solo. Un Me-110, me parece. Más abajo que nosotros; vuela hacia el oeste, directo hacia aquí. – ¿Crees que nos ha visto? – ¡No lo creo!

Yo había estado mirando por la ventanilla lateral del navegante.

Teníamos una vista clara alrededor y debajo de nosotros. No se veía ningún avión. Pero tan pronto como Ted gritó su alerta, fui hacia proa, subí a la cabina de mando y me puse detrás del asiento de J.L. para poder ver a través de la cubierta transparente. Un momento después, yo también pude ver el avión: una pequeña forma negra, algo más abajo que nosotros, completamente visible contra el manto plateado de las nubes.

No era habitual encontrar cazas alemanes tan lejos sobre el mar, aún menos ver a uno volando a tan baja altura. Lo normal era que los pilotos de la Luftwaffe ganaran altura para tener la ventaja del ataque en picado. – ¿Tengo permiso para dispararle, capi? – pregunto Ted-. Lo tengo casi a tiro.

–No. No le quites el ojo de encima, Ted. Si todavía no nos ha visto, no tiene sentido que le hagamos saber que estamos aquí.

De pronto, vi que algo se movía más allá del Me-110. – ¡Hay más ahí abajo! – dije-. ¡Mira! ¡Detrás de él!

Cuatro cazas monomotor estaban dando alcance rápidamente al avión más grande, llegando desde el este. Mientras continuaba mirándolos, se lanzaron en picado y a toda velocidad sobre el bimotor. Pude ver el parpadeo en los cañones montados en las alas, la hilera de trazadoras curvándose en dirección al Me-110. Por fin, el piloto del bimotor reaccionó, hizo un giro y remontó para presentar un plano



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